UN ARTE PARA EL PUEBLO



El arte, para serlo, debe llegar al pueblo, debe ser del pueblo, Esta es
la premisa fundamental para que una obra de arte tenga el carácter de
tal. Puede parecer incongruente esta afirmación, puede parecer absurda y
falsa, pero lo que es evidente es que existe una lucha encarnizada entre
la intelectualización del arte y su socialización. No pretendemos aquí
convertir el arte en un instrumento de la política, éste es un objetivo
manifestado reiteradamente por los comunistas, por el compositor
Shostakovitch, por ejemplo, quién afirma que la música debe servir en la
lucha contra el capitalismo. No me refiero ya a que el arte deba servir de
arma en la lucha política, pero lo que sí es sin duda misión fundamental
del arte es el crear una conciencia socialista. Para mí, el arte figura en la
cima, es la culminación de la creatividad del hombre, y no debe rebajarse
a ser utilizado como simple propaganda electoral; puede reflejar, en
ocasiones, hechos políticos y continuar siendo arte, pero
fundamentalmente será el artista quien, extrayendo el valor supremo de
un acontecimiento político, lo convertirá en arte; lo que es absurdo es
pretender que sea el político el que elija el tema. Entonces no pasará de
ser un folleto más o menos ilustrado que puede tener un valor
publicitario, pero nunca artístico.


Este es el caso de infinidad de producciones artísticas soviéticas, en las
cuales se aprecia a simple vista que carecen de toda profundidad. Al
artista no se le puede imponer un tema, él elegirá un tema político sólo
cuando a su vista éste haya cobrado una significación eterna, cuando
haya abandonado el terreno de lo estrictamente actual para pasar al
futuro, para entrar en la historia. Quiero, pues, dejar claro que no
pretendo que el arte se someta a la dictadura de la política. El arte debe
ser ante todo popular, debe llegar del artista al pueblo sin mediar ningún
crítico que le explique a éste su significación. Si el gobierno es también
popular, el arte servirá a los objetivos del gobierno aún sin ser político,
pero si, por el contrario, el estado es clasista, oligárquico o plutocrático, el
arte, por su misma naturaleza, estará en oposición, aunque pueda no
aparentarlo.


Podríamos decir que el arte "queda", mientras todo lo demás
desaparece. Existe una historia que igualmente permanece, pero lo real,
lo tangible, lo palpable que sobrevive al tiempo, es el arte, y su
importancia es fundamental, básica y determinante en una revolución
socialista europea.


Las distintas épocas de la Humanidad han sido marcadas siempre por
el arte que se desarrolló en ellas. Existe un romanticismo, un
renacimiento, o un clasicismo, pero no existe ninguna denominación que
caracterice a una época y que tenga su origen en la política, el ejército,
etc. Podemos, pues, decir que la política, el ejército, y, en definitiva, las
demás organizaciones presentes, están destinadas a sentar las bases
adecuadas para que el arte se pueda desarrollar en todo su esplendor, y
así, como ocurre con Grecia o Roma, se admirarán en el futuro, no sólo del
arte producto de esa época, sino también la organización social que lo
hizo posible. Eran épocas en las cuales el arte estaba permanentemente
identificado con el pueblo.


Este es el fundamento. El arte debe ser popular, debe estar al alcance
del pueblo, como ha ocurrido en épocas anteriores. Es curioso constatar
que, mientras hace algunos siglos las obras de teatro de los más grandes
de la literatura universal eran representadas en los pueblos ante gente
que no sabía leer ni escribir, actualmente esas mismas obras, que
gozaron en su día del favor de un público popular y mayoritario, han
desaparecido de los escenarios y han quedado reservadas a los
"intelectuales" especie de plaga que asola el mundo.


El mayor error de nuestra época lo constituye la autosuficiencia de los
que se consideran la elite intelectual de la humanidad, de esta gente que
por medio del dinero o de su nacimiento, han adquirido una posición
preponderante, que dispone de hermosos títulos, y que desea por todos
los medios impedir que triunfe la idea socialista revolucionaria, pues sabe
que con ella pronto acabaría su predominio. Estas clases dirigentes han
querido crear su propio arte, un arte que no estuviera al alcance de nadie
y, consecuentemente, cuanto más absurdo y confuso, tanto mejor para
ellos, pues así podrían ser consideradas como los únicos seres capaces de
entenderlo. Solo así puede explicarse el creciente auge de una serie de
tendencias "vanguardistas" que son, por principio, antipopulares,
tendencias que repugnan al pueblo.


Decía Quevedo —creo recordar— que los que no saben leer poseen
únicamente sus propios errores, mientras que los que si saben, poseen
además los de los otros. Esta es sin duda una afirmación auténtica en
nuestra época: Se ha dado cultura al pueblo y se ha entendido por tal que
supiese leer y escribir, pero no se le ha dado nada bueno para leer ni se
ha intentado que escriba nada interesante. Esos grandes señores, los
intelectuales, la pretendida elite de la humanidad, miran a sus pobres
vasallos, y les dicen: "Rendidnos pleitesía, pues gracias a nosotros sabéis
leer"; pero para evitar que el saber leer se pudiese convertir en peligroso,
procuran, paralelamente a la enseñanza, irles facilitando lecturas banales
y vacías, pues podrían descubrir el gran fraude de que son objeto.
El obrero, el campesino, sabe leer, pero se han acabado ya las
representaciones de Calderón, de Lope o de Tirso, y han sido sustituidas
por películas de tiros y aventuras, sin contenido y sin valor artístico
alguno. Esos señores paternalistas y condescendientes han dicho: "El
pueblo pide "panem et circenses", démosle lo que pide". Esta es la única
mentalidad que prevalece en nuestra época, evitar a toda costa la
elevación cultural del pueblo al que se ofrecen muchas carreras
profesionales, pero al que se le cierran los caminos hacia la creación
artística.


Así pues, no debe sorprendernos la enorme decadencia que acompaña
a las producciones artísticas de nuestro tiempo, algo que debería ser
tanto más sorprendente por cuanto hoy día se dispone de una mayor
riqueza, y la educación está al alcance de un mayor número de personas.
Hagamos notar que, mientras la vocación militar o religiosa está al
alcance del pueblo, que sabe que en mayor o menor grado tiene la vida
asegurada en ambos casos, esto no ocurre en lo que a la vocación de
artista se refiere. Hoy día, ser artista exige una voluntad, una vocación y
un espíritu de sacrificio mayor que cualquier otra actividad humana, y —
de ello no cabe duda alguna— sólo está al alcance de los ricos, y casi
siempre de los muy ricos.


Si una persona del "pueblo" desea estudiar una carrera, el esfuerzo
realizado por la familia para posibilitárselo será compensado en el futuro
por unos mayores ingresos, y aunque no ejerza en su especialidad —caso
muy frecuente entre la gente humilde que estudia carreras—, un titulo de
médico, abogado, arquitecto, ingeniero, etc., será siempre lucrativo,
pero... ¿Qué conseguirá una persona que asegure ser músico, pintor,
escultor o poeta? Si una persona humilde desea realizarse —palabra hoy
muy en boga— en el campo de la escultura, su porvenir será incierto, y
posiblemente nunca a lo largo de su vida le será posible esculpir sobre
mármol, pues muy difícilmente podrá adquirir un bloque para su trabajo;
silo que prefiere es dedicarse a la pintura, entonces acabará haciendo
retratos —si está facultado para ello— a 500 pesetas cada uno; si su
vocación le lleva a la poesía, tendrá inmensas carpetas y libretas llenas de
versos, dramas y escritos, pero jamás verán la luz, si no se los edita él
mismo; y si es la música el campo elegido, podrá aspirar, como mucho, a
conseguir alguna plaza de instrumentista en alguna de las orquestas
españolas, pero tendrá que hacer compatible esta actividad con otra que
le permita ganar suficiente para mantener una familia y, desde luego, que
no se le ocurra componer nada, pues nunca lo verá estrenado o, en el
mejor de los casos, será interpretado una única vez en su vida. No es
necesario hablar de escritores o arquitectos, pues éstos, aunque
posiblemente encuentren trabajo, no podrán hacer nunca lo que deseen,
ni escribir lo que les plazca, siempre estarán condicionados por el editor
en un caso o por el cliente en el otro. El que todas estas profesiones exijan
—como la música por ejemplo— 10 años de trabajo y estudios, carece,
según parece, de la más mínima importancia. Un ingeniero técnico
necesitará menos de la mitad de años, pero estará mucho mejor
considerado. Este es un problema de nuestro tecnocrático mundo, al que
lógicamente sólo interesa la técnica.


Pero ese nuestro mundo actual, pese a la desalmada tiranía que ejerce
sobre el pueblo, al que niega toda posible superación, y al que limita sus
posibilidades al único y exclusivo campo de la técnica o el comercio, tiene
por otra parte la pedantería de hablar del "pueblo", de alabarle y de
admirar sus canciones, costumbres, etc. La palabra "Folk" se ha
convertido en un concepto en el que cabe todo: canciones de safari,
melodías de encantador de serpientes, ruidos selváticos, o danzas
guerreras de los antropófagos. La medida que se utiliza para determinar si
una obra es o no "Folk", es muy sencilla: Si es ruidosa, vulgar,
intrascendente, simple, mediocre o, en el mejor de los casos, pasable,
entonces es "Folk"; pero una obra de Beethoven ya no puede ser del
pueblo, tiene que ser de esa elite que he mencionado, pues es bien
sabido —por lo menos eso quieren hacernos creer— que el pueblo es
incapaz de concebir nada elevado ni superior.


La realidad está muy distante de esto. Las canciones populares, "Folk",
en ocasiones tienen una riqueza melódica excepcional, son verdaderas
obras de arte; su autor, desconocido, podría haber sido un Beethoven o
un Mozart, de haber contado con los medios. Esos autores de canciones
"Folk" son como la fruta verde de un árbol que nos puede parecer buena,
pero que seria mejor si esperásemos a que madurase. Desgraciadamente,
la gente que vive de la tierra, que tiene que sacrificarse para subsistir, no
dispone ni de tiempo ni de conocimientos, y así pues no puede madurar
nunca. Los grandes genios, sin embargo, si pudieron madurar, dispusieron
de los medios para poder seguir más adelante, pero, tengámoslo
presente, son fruta del mismo árbol, son fruto del mismo pueblo; de no
haber dispuesto de los medios, hubiesen sido fruta verde, y se hubiesen
tenido que limitar a sus creaciones "Folk". El arte se asemeja a un río, y
los conocimientos técnicos son los afluentes. No hay ninguna duda de que
los afluentes aislados carecen de valor: el río, en cambio, sin esos
afluentes, sí tiene un valor, pequeño o incluso minúsculo, pero lo tiene. El
río que carece de afluentes llega al mar lentamente, sin fuerza y casi
seco, pero llega. Esto es la canción "Folk" o el arte "FoIk" (el verdadero, se
entiende), un río sin afluentes, y por ello de inferior fuerza a otro que si
los tiene, pero la genialidad puede hallarse también en él, prueba de ello
es que compositores de la talla de Wagner o Weber —entre otros muchos
— han tomado en ocasiones temas populares, temas "Folk", para algunas
de sus más geniales óperas o dramas, convirtiendo así a ese río pequeño
en uno de mayor caudal. Esos artistas han sabido añadir a esas obras
pequeñas lo que les faltaba y elevarías a una mayor categoría.
Tengamos presente siempre que entre las obras populares las hay de
gran categoría, no todas lo son, pero si existen algunas excepcionales;
también es necesario tener en cuenta en todo momento que
contrariamente, entre las obras presentadas como de "arte", las hay que
no lo son. Todos formamos parte del pueblo, y tanto Shakespeare como
Beethoven, Rembrandt como Bernini, son parte de ese pueblo.


¿Por qué en Roda de Isábena se enorgullecen de contar con un
fragmento de una obra del "maestro" de Tahull? ¿Por qué nos admiramos
ante esas docenas de Iglesias románicas del Valle de Arán, distintas todas
ellas? Todas esas obras de las que nos admiramos, son obras "Folk", pero
al propio tiempo son obras de arte, y así también las obras de Wagner son
obras de arte y, al propio tiempo, son obras "Folk", por nacidas del pueblo.
 
Esto no quieren empero verlo los intelectuales de nuestro tiempo, que
recogen como música "Folk" cualquier cosa, a condición de que carezca
de calidad; sólo muy de tarde en tarde, podemos escuchar obras de
verdadera talla debidas a artistas populares, pero esas obras las
encontramos mezcladas entre otras propias de las selvas africanas.
Siempre se habla del "pueblo" como algo ajeno a nosotros, como si se
tratase de un árbol, como si fuese un elemento estático, sin vida y sin
alma, al que debe admirarse, pero del que no formamos parte. Siempre se
quiere distinguir una elite y separarla de ese "pueblo", que debe seguir
tan ignorante como se pueda.


Ocurre entonces que el pueblo, las clases menos formadas
culturalmente, sumamente modestas y sin ambición alguna, reconocen e
incluso respetan a todos estos que se vanaglorian de ser los señores del
arte, los únicos que aprecian, sienten y comprenden el arte actual.

Esto refleja en sí mismo un verdadero complejo de inferioridad. Los
hombres que hoy forman la intelectualidad son conscientes de su
inferioridad, de su poca categoría, procuran en todo momento
desprestigiar lo pasado, llamar reaccionarios a todos los que admiran las
grandes obras de arte anteriores a nuestra época, gente que —incapaz de
crear nada propio— se dedica a modificar, arreglar y corregir, las obras de
los genios del pasado. ¡Como si Shakespeare, Calderón, Cervantes o el
propio Wagner necesitasen a nadie que les corrigiese sus obras! . Pero tal
hacen estos presuntuosos sabelotodo: cambiar las obras, retorcerías,
suprimir los decorados y hacerlas lo más pesadas posible, y, entre tanto,
por otro lado, procurar hacer nuevas creaciones estrambóticas y
grotescas, todo ello encaminado a aburrir al público, para ser al fin una
minoría inteligente que se precia de entender todas esas barbaridades y
formar parte de la santa mafia de los criticuelos del arte.


Cuanto más inferior es un maestro, tanto más evita que sus alumnos
puedan aprender. No quieren verse superados por sus discípulos.
Contrariamente, aquél que tiene conciencia de su valía, no desea otra
cosa que tener la oportunidad de enseñar a los demás todo cuanto él
conoce, a fin de que sus alumnos puedan ir más lejos de donde él ha
llegado. Así hoy los pseudoartistas del presente tienen dos objetivos
fundamentales: Difundir su propio ¿arte?, y evitar que sea conocido el de
los que no piensan como ellos; para este fin se han atraído a su lucrativo
campo a la mayoría de críticos y comentaristas. Ninguna prueba más
palpable de su inferioridad reconocida, que el desprecio con el que tratan
a otros artistas de su misma rama profesional, pero que mantienen un
concepto distinto de lo que es el arte. Los pseudoartistas de hoy odian
cualquier manifestación de arte que pueda abrir los ojos al pueblo, pues
saben que si bien éste ha dejado de ir a los museos, a los teatros y a los
conciertos, volvería a unos y otros si se comprobara que existe un
verdadero arte, propio de nuestro siglo, y que nada tiene que ver con las
mamarrachadas de costumbre. Y entonces, dándose cuenta de haber sido
miserablemente engañado, tomaría éste las soluciones drásticas
oportunas para terminar de una vez para siempre con ese fraude inmenso
del arte antipopular, del arte burgués, del arte intelectualizado, o del arte
moderno (?), como sorprendentemente se le conoce.


No hay ninguna duda de que nuestra época necesita una revolución
cultural, pero no como la de Mao, que es de hecho una revolución
anticultural. La revolución maoísta, que se dedica a quemar los libros del
pasado, a destruir monumentos históricos, etc., es igual al pataleo del
niño tonto de la clase que no sabe otra forma de ser igual a los de más
que destruyendo sus libros para que todos sean necios como él. Muy
distinta es la revolución cultural que hay que hacer. Nosotros no queremos
destruir nada, lo único que pedimos es una igualdad de oportunidades. Si
los compositores ruido-cafónicos desean celebrar sus semanas de Nueva
Música, como hacen en Barcelona, no pretendemos que se les prohíba, lo
único que pedimos es que las mismas cantidades considerables de dinero
que se pierden ahí, sean también invertidas para dar a conocer a los
buenos compositores de nuestro siglo, muchas veces injustamente
olvidados; no nos oponemos a que los "escritores" actuales representen
sus fantasmadas a un público indulgente, tolerante y pacificado por la
servil crítica, queremos que las obras de Calderón, Lope y, lo que es
muchísimo más importante, las de muchos autores contemporáneos que
navegan en otro barco, gocen de la protección y apoyo de que gozan
ésas, en su mayoría, necedades, que se representan, o esos bodeviles, o
como diablos se diga.


Otro tanto podríamos decir de los demás campos artísticos. La
revolución cultural debe existir, pero una verdadera revolución, que no
tenga miedo al pasado, que no destruya lo pasado por envidia, una
revolución en suma, y no una regresión cultural, a lo comunista o a lo
capitalista, donde el resultado que se busca es una pintura de Altamira, o
mejor, una mala copia de las pinturas de Altamira y similares.

El conseguir que el arte llegue al pueblo es, para mí, el objetivo más
importante de un gobierno y el fin de toda ideología política, pero para
conseguirlo, es premisa indispensable solucionar una serie de problemas
intermedios de orden práctico que tienen importancia fundamental.
Pero aunque reconozcamos que deben solucionarse antes una serie de
problemas básicos, cuales son comida, casa, trabajo, etc., tampoco
debemos pretender iniciar el trabajo de una revolución artística una vez
terminados y solucionados los otros problemas más acuciantes. Nuestra
época está caracterizada por un profundo materialismo. Ciertamente, hay
sectores españoles en los cuales su primer objetivo es conseguir el diario
sustento, pero, especialmente en las ciudades, se plantea frecuentemente
un problema diverso.


Me decían hace algún tiempo que antes de la guerra los trabajadores
llevaban alpargatas y trabajaban muchas horas, pero desconocían el
pluriempleo. Deseaban disponer de su ocio y, sin televisión ni otros
inventos, gustaban de pasear, visitar museos, y escuchar conciertos;
ignoro si esto es cierto, pero, de serlo, sería verdaderamente ilustrativo.
Este debe ser el objetivo, conseguir que la gente tenga una necesidad
espiritual, y que en ocasiones la sobreponga a sus necesidades físicas. Se
argumentará que esto es imposible; en primer lugar, actualmente ocurre
ya, aunque desgraciadamente no sea el arte, sino el cine de aventuras y
las películas de igual tipo, el objetivo, y en segundo, puedo decir que he
conocido trabajadores, obreros y peones, que hacían esfuerzos
económicos considerables para poder asistir a la ópera, espectáculo que
el mundo capitalista ha puesto en manos de la burguesía, pero que en su
origen había sido exclusivamente del pueblo. La tecnocratización de
nuestra época ha llegado a las capas más humildes, y así se comprende
que se emprenda una campaña de alfabetización, aunque suponga un
enorme gasto, pero se considera un despilfarro cualquier medida que
tienda a difundir entre el pueblo el arte. Personalmente, prefiero mil veces
un pueblo que no sepa leer o escribir (el padre de Ricardo Wagner era
poeta aunque no sabía escribir), que un pueblo que sabe leer pero que
toda su sabiduría se pierde en fotonovelas, periódicos deportivos, y
novelas baratas en precio y contenido. Lo importante no es saber leer sino
saber qué leer.


Esto puede parecer una herejía, y de hecho lo es para un mundo que
juzga todo problema desde el punto de vista materialista, pero no para
mí. Puede ser absurdo, pero tengo una inaudita confianza en el pueblo, en
ese pueblo al que hoy se llama "base" para no ofenderle, pero al que se
trata como la peor chusma de todas las épocas. Tengo una confianza
indestructible en ese pueblo, precisamente porque me siento parte
integrante de él, porque no lo miro por encima del hombro con desprecio,
porque no me dedico a fotografiar rostros curtidos y arrugados para
presentarlos en concursos como "tipos humanos", porque no me contento
con mirar las costumbres de ese "pueblo" desde lejos, y escuchar sus
canciones "Folk" como si fuesen cosas de otro mundo, sino que creo que
cuando se rebele contra las dictaduras que le hacen creer que es él quien
gobierna su país, simplemente porque deposita un voto, podrá recuperar
su grandeza.


Yo dejé los estudios en el primer curso de bachillerato, y gracias a ello
pude conocer un mundo que permanece oculto a los que se someten a un
plan de estudios tan extenso como incompleto, pude descubrir el arte a
base de hacer un esfuerzo económico y personal extraordinario. Los libros
de pintura eran los más caros del mercado, tenía que ir a las bibliotecas
públicas para poderlos ver; las exposiciones estaban llenas de
aberraciones neolíticas que me causaban tristeza; si quería ver un drama
o una comedia de los clásicos españoles, tenía que esperar un año o
quizás más —pues con tal periodicidad se representaban en Barcelona en
las mejores épocas—, para encontrarme en ocasiones con versiones
"actualizadas"; para aficionarme a la ópera, tuve que hacer innumerables
colas en la calle San Pablo, para entrar en el Liceo y conseguir, en la
mayoría de ocasiones, un lugar sin visibilidad, y pagando por la entrada el
doble de la de cualquier cine; para poder ver esculturas —al margen de
perseguirlas por parques y jardines públicos, tarea difícil, pues nunca
encontré guía al respecto— me veía en el mismo problema que con la
pintura, otro tanto podríamos decir de las obras de los clásicos, que a
excepción de las más conocidas no pueden hallarse sino en muy costosos
tomos de obras completas encuadernados en piel, para no hablar de las
obras de Kleist y Grillparcer, o de Bjönson y Strindberg, Gautier y Villiers,
Storm y Keller, o Carossa, Brehm, Grimm, etc., que, o bien deben
buscarse en grandes tomos de obras completas, o no se hallan
traducidas, o, lo que es peor todavía, existen pero ninguna librería tiene
noticia de ello.


Los gastos ocasionados por mis aficiones artísticas fueron muy
considerables. Pude pues imaginarme el esfuerzo que debía representar
para cualquier persona sin recursos el intentar aficionarse al arte. ¿De qué
sirven los costosos gastos de una educación, de un colegio, de los libros
necesarios para los estudios? ¿Adónde van a parar esos libros y su
contenido, una vez terminados los cursos? Actualmente los estudios son
simplemente una inversión. Aquella persona que tiene un título, aunque
valga la mitad que otra que carece de él, cobrará siempre el doble.
Estudiar hoy día podríamos decir que es "rentable", pero casi nada más.
Se consiguen unos profundos —o no tan profundos— conocimientos de
nombres y fechas, pero en lo relativo al arte, en algunas ocasiones, ni tan
siquiera eso, pues la música, por ejemplo, carece en la enseñanza
española de una mediana importancia. Es cierto que en nuestro mundo el
estudiante tiene, pese a todo, más posibilidades de aficionarse, tiene
entradas gratis en museos, reducciones de precio en conciertos, etc.,
mientras que el joven obrero o empleado no se beneficia de ninguna de
estas ventajas. Pero precisamente por tenerlas, es tanto más
sorprendente la poca afición seria que se aprecia entre los universitarios,
mientras que muchos obreros o administrativos ya de bastante edad, que
he conocido, han sido durante toda su vida aficionados a uno u otro arte,
o en ocasiones a todos.
 
De todas las actividades humanas, el arte es sin ningún género de
dudas la superior. En él el hombre se realiza —para utilizar una vez más la
sobada expresión— en forma total. La creación artística no es un hecho
pasajero sino un puente sobre el espacio y el tiempo, un reflejo puro del
sentimiento de una época a otra, de una nación a otra. La obra de arte es
de calidad espiritual, y ello constituye su mayor valor; no está
contaminada —en su esencia se entiende, pues actualmente sí— del
comercialismo de nuestro mundo. Europa no está unida todavía, ni tan
siquiera en cuestiones económicas y financieras, pero los artistas
europeos forman ya, como bien decía Wagner, una unidad muy superior a
la que buscan los mercaderes europeos.


Dijo Séneca muy juiciosamente que es absurdo hablar de la muerte
como algo venidero, pues en gran parte es algo ya pasado, y recomienda
por ello aprovechar cada minuto que pasa. Ciertamente, todo día que
pasa, toda hora que transcurre, ha pasado ya al dominio de la muerte, no
puede volver y es imposible recuperarla. Por ello no puede nadie
permitirse el lujo soberano de perder el tiempo. En una época como la
nuestra, en la cual el tiempo se dilata por medio del progreso,
permitiendo hacer en semanas lo que antaño hubiese necesitado siglos,
hemos de poner manos a la obra para detener la decadencia de nuestro
mundo y, sacándolo del mercantilismo, elevarlo a las más altas esferas
del arte.


El objetivo final de todo estado debe ser, pues, el de elevar el nivel del
pueblo y no el de conseguir una igualdad al más bajo nivel posible. El que
haya unos pocos hombres geniales que destaquen sobre los demás no
puede ser jamás ofensivo, al contrario, pues si admiramos "ese algo
superior, nos elevamos hasta él, y al reconocerle demostramos llevar ese
mismo espíritu superior dentro de nosotros", en palabras de Goethe. Si
ese espíritu superior crea un arte que es popular, es precisamente porque
forma parte del pueblo. Por si solo, desligado de su pueblo y de su
historia, hubiese sido incapaz de crear ninguna obra de arte, pues cuanto
hace es fiel representación del pueblo al que pertenece, es el "enviado",
el "representante" de ese pueblo. ¿Qué razón podría impulsar a un artista
a crear sino el convencimiento de que lega a su pueblo y a la humanidad
un tesoro inapreciable? Los artistas de hoy que en lugar de crear obras de
arte las fabrican, buscan exclusivamente el lucro y justamente la riqueza
no se halla en manos del pueblo sino de una minoría capitalista, por ello
su arte (?) no busca al pueblo sino a la riqueza.

Es fundamental reconocer que tenemos prisa, que la misión que
tenemos que realizar es urgente, y por ello debemos poner manos a la
obra, teniendo siempre una confianza indestructible en el porvenir y en
los pueblos de nuestra misma cultura que deberán hacer todos juntos la
revolución artística. Escuchemos apasionados las palabras del genial
músico Franz Liszt y compartamos su entusiasmo:

Han muerto los dioses,
han muerto los reyes,
pero Dios vive eternamente
y las naciones resurgen:
no desesperemos pues del arte.


"Desterremos toda duda: pronto oiremos sonar en los campos, en los
bosques, en los pueblos, en los arrabales, en las salas de trabajo y en las
ciudades las canciones nacionales, políticas, melodías e himnos
compuestos para el pueblo, enseñados al pueblo y cantados por el
pueblo, ¡sí, cantados por los obreros, por los jornaleros, los artesanos, por
mozos y mozas, hombres y mujeres del pueblo!
"Todos los grandes artistas, los poetas y los músicos contribuirán a este
tesoro popular de armonías que se rejuvenecerá constantemente. Todas
las clases se fusionarán al fin en un sentimiento común religioso,
admirable y sublime.
"¡Aparece pues, época magnífica, en la que se desarrollarán y se
perfeccionarán todas las manifestaciones del arte, en la que el arte se
elevará hasta la perfección suprema y como vinculo fraternal unirá a los
hombres en un milagro encantador!
"¡Ven, oh hora de la salvación! en la que los poetas y los artistas
olvidarán al "público" y conocerán la divisa: ¡la nación y Dios!".